De formación autodidacta, una buena parte de su obra continúa realizándola a partir de la fotografía analógica, de ahí la importancia de la luz, un elemento que usa para resaltar el dramatismo de sus representaciones. Principalmente, en aquellas que toman por motivo personajes religiosos, como las monjas. A partir de la confrontación simbólica del blanco y el negro, las monjas devienen presencias benefactoras, seres amparados por la luz, cuyas líneas son bellamente trabajadas, simbolizando una acumulación de elementos positivos que tienen que ver con interpretaciones religiosas de lo celestial.

Otro de sus temas más trabajados es la vida en el campo, desde una poética que no busca precisamente ser crítica, sino encontrar la belleza de la luz, la magia que esos lugares también poseen. Las fotografía de Leysis Quesada, consigue mirar con ojos dulces todo lo que existe a su alrededor, entendiendo que la belleza puede estar en cualquier parte. Sus obras trasmiten una sensación de sosiego difícilmente apreciable en otros exponentes de su generación. Le interesan además los ancianos y los niños, en los retratos, que de estos toma, busca encontrar evidencias en sus miradas de una vida transitada en los primeros y del ansia de vida en los segundos.

Resulta interesante también la relación con lo autobiográfico que se puede precisar en su fotografía. Según su hermana Leynis Quesada: «Cada foto que toma, forma parte de su historia, tradición y pasado». Siendo este elemento una de las principales constantes del discurso femenino, Leysis lo trabaja, en un sentido crítico, denunciando patrones misóginos. El enclaustramiento, la soledad, la miseria continúan siendo males que aquejan a la mujer del siglo xxi, muchas veces condenada, como víctima propiciatoria, a satisfacer los paradigmas de la institución social.