Ana Mendieta (La Habana 1948-New York 1985) fue una artista de origen cubano cuyo tránsito por la vida no solo resultó azaroso, sino también irremediablemente triste. Sin embargo, su obra que vincula performance y fotografía resulta medular para la comprensión de cómo los estudios de género logran, mediante el arte, poseer una cabeza de lanza que desde la crítica feminista promueva prácticas emancipatorias concretas.
Mendieta desarrolló un discurso visual íntimo y, al mismo tiempo, perturbador. Pintora, escultora, y performer, su obra estuvo siempre vinculada con su existencia personal, marcada por grandes desencuentros y lejanías. Salió de Cuba hacia Estados Unidos con solo 12 años, a partir de la operación Peter Pan, y permaneció en distintas instituciones de adopción temporal hasta que pudo reunirse una vez más con su madre. De ahí que temáticas como la transformación física, la identidad, la violencia hacia la mujer, el desplazamiento o la transcendencia resultaron centrales en su obra.
A partir del uso de su propio cuerpo –e imagen–, y su vinculación con otros elementos de la naturaleza tal como la sangre, tierra, agua y fuego, Mendieta construye su discurso visual que interroga fundamentalmente al género, desde la asunción social de sus roles. Así en sus primeros performances su cuerpo desnudo aparece deformado a través de un cristal (Glass on Body, 1972), lleno de sangre después de haber sido violentado (Rape Scene, 1973) o después de haber sacrificado a una gallina (Death of a Chicken, 1972), y travestido al colocar pelo de la barba en su cara (Facial Hair Transplant, 1972).
Para encontrar un espacio propio, un espacio seguro, después de la lejanía que sufrió de su familia durante su niñez, Mendieta se refugió en la naturaleza, pero siempre con una perturbadora obsesión por la muerte. «A través de mi arte quiero expresar la inmediatez de la vida y la eternidad de la naturaleza», escribió en 1981, pocos años antes de morir. Para los románticos, la muerte, más que el amor, era la verdadera libertad, quizás por eso, como un pájaro demasiado herido, Mendieta decidió dejar de luchar, con solo 36 años, viviendo de otra manera, siempre eterna en nuestros corazones.
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