Con motivo del lanzamiento No 13 de Negra

Con motivo del lanzamiento No 13 de Negra

Este es el texto publicado en el sitio cubacontemporanea por parte del crítico de arte Dean Luis Reyes con motivo del lanzamiento No 13 de Negra.

Tres años de negra

Quizás los que ahora tienen 20 o 25 años no noten el tremendo trastorno que resulta hoy, en Cuba, que podamos sentarnos a comentar y a reseñar publicaciones que no existen para la razón oficial. Quiero decir: que no se imprimen en papel ni se venden en estanquillos. Que no tienen un bajante que ponga “Órgano oficial de…”. Que están, la mayoría, en El Paquete. O lo que es lo mismo, habitando el escenario virtual de la web, de nuestras memorias USB y ordenadores personales.

2014 dejó, entre otras noticias inesperadas, el debut de varias revistas cubanas. La mayoría tiene que ver con la pujanza de una nueva economía criolla que demanda espacios de visibilidad. Por ejemplo, Garbos aspira a entretener e informar a la mujer moderna y Vistar a seguir a la farándula. Ambas atienden demandas no cubiertas de la vida socioeconómica cubana del presente. Se abren a imaginarios inéditos para la circulación de productos de comunicación masiva. Todas implican añadir capas a la esfera pública local. Porque en un mundo normal debe haber espacio tanto para publicaciones sobre la música underground como para que la gente venda y compre casi cualquier cosa a través del Papelito, esa otra publicación viral a través de la cual circula el imaginario comercial local.

Pero como mismo celebro esa proliferación, también lamento la ausencia de escenarios para discursos y posturas menos suaves y pragmáticas. Era lógico que la demanda de publicidad comercial fuera a irrumpir de un momento a otro entre nosotros. Lo extraño es el silencio de las voces que se manifiestan a partir de necesidades de agregación muy distintas a las del interés monetario. Esas que en general operan como contracultura.

Negraes un ejemplo especial dentro de esta coyuntura. A su manera, ha fungido como “Organo oficial de…”, en su caso, la Escuela de Fotografía Creativa de La Habana. Aunque de un modo curioso ha eludido el nepotismo. Porque se ha abierto a la manifestación fotográfica con una humildad que le ha permitido acoger en sus páginas diversas aproximaciones al arte fotográfico. Presumo que una publicación como esta debió crecer enfrentada a demandas diversas: asumir cierta función didáctica; acoger el afán divulgativo de un emprendimiento como la escuela, que es además un negocio privado; ofrecer escenario para la obra de sus alumnos, entre otras. Lo sorprendente es que haya conseguido ser eso y mucho más.

Negratiene ahora 13 números. De manera que comienza su tercer año de existencia. No es poca cosa. Para llegar hasta aquí debieron rebasarse no pocos inconvenientes, dudas y conflictos. Una revista madura cuando ciertos objetivos están claros. Cuando el equipo que la manufactura se curte con ella. Cuando consigue traducir las necesidades que la originaron a través de las voces de un grupo de gente que le da sentido. Porque cuando una revista nace, en general se tiene apenas una idea remota de qué podrá llegar a ser. Y porque por el camino surgen derivas y desvíos que dan lugar a lo que debe ser una revista sólida: algo que crece a la par de su tiempo, arrastrando consigo obsesiones y necesidades que perduran a través de los años, o que se agotan al unísono que la publicación que las encauza.

Es una publicación bimestral en formato pdf cuyos realizadores distribuyen gratuitamente en CD, pero que además puede descargarse en http://issuu.com/revistanegra. Su número más reciente es buen ejemplo de la madurez que digo. Mientras se lee al descuido, uno se olvida de que está ante el “Órgano oficial de…” y emprende un recorrido a través del universo complejo del arte fotográfico cubano. Y los textos abarcan demandas hijas del presente que, curiosamente, siempre traducen la pertenencia a una tradición, a un mundo más extenso y desconocido. De ahí que sea su lógica algo más allá del entusiasmo del fanzine o del cenáculo que da lugar a una publicación sectaria. En este sentido, Negra es un producto cultural serio y útil. Tómese, por ejemplo, el conjunto de reseñas críticas que, en la sección Fotomanía, propone un mapa de algunas de las muestras vistas durante la recién celebrada XII Bienal de La Habana, haciendo un trabajo de contextualización de tendencias muy provocador.

Pero el elemento que más me llama la atención en esta entrega, no obstante, es la puja por conceptualizar que vertebra los textos allí reunidos. El arte fotográfico ha encontrado enormes problemas para erigir una teoría que la explique. Su hermenéutica casi siempre tropieza con la cuestión del grado de distancia que establece con su referente. Y en Cuba, con su larga tradición de fotografía documental, con su demanda testimonial y obediencia retiniana, ha solido conceptualizarse bastante poco el gesto de construcción del texto fotográfico.

Dice Nahela Hechavarría en su texto “Alejandro González: el espacio, el sujeto, ¿la ficción?”, de la sección Dossier: “Ya he apuntado en otros textos cómo la fotografía es a un tiempo la intención de “develar” algo y un “mostrarse” a los demás, y es ese cariz personal lo que intensifica su potencial comunicativo, su valía como documento, su condición memorable”.

Esta sugerencia de tesis crítica de vasta resonancia llega a propósito de la obra de un fotógrafo que ha venido haciendo una suerte de deriva desde el fotoperiodismo hasta la producción de una textualidad menos sujeta al albur. Como él mismo declara: “Por ello más que reconstruir, compongo una historia”. A lo que agrega Nahela: “¿Por qué no entender el documento también como acto creativo y no mero dato? La legitimidad histórica puede ser ficticia en tanto relato, parece estarnos diciendo el artista”.

A través de este primer texto que traigo a colación se adivina que la discusión acerca del valor factual del acto fotográfico recorre como fantasma insepulto el repertorio expresivo de la fotografía cubana de hoy. O, para no generalizar, de una parte de su campo. Pareciera que de entre las tantas pérdidas de la inocencia que hemos sufrido, la del valor referencial de la fotografía como centro de su ontología fuera blanco directo de cuestionamiento. (Cuando salta esta interrogante, Negra está haciendo ya su trabajo de zapa).

Esta es una discusión vieja, todo hay que decirlo. André Bazin hizo en los años 50 del pasado siglo desde Cahiers du cinema una defensa a ultranza del valor de lo auténtico que poblaba la imagen de las películas del neorrealismo italiano. Pero el problema sigue vigente. Y la performance fotográfica es uno de los centros de reflexión de este número de Negra. Digo la performance en su grado más extremo: de producción del modelo y de la representación fotográfica casi en su más mínimo detalle.

Y ya que estamos, Alejandro González mismo debe haber padecido la lenta corrosión de su mirada ante lo cotidiano, un ardor que solo se alivia cuando se atreve a sacar fotos sobre lo que no se ve. Que es el consejo que deja el fotógrafo Enrique Rottenberg al final de la entrevista que le hace Astrid Orive García en la sección FotoFAC. Rottemberg propone una obra que solo puede catalogarse como de alta puesta en escena. El maquillaje en su caso llega más allá de la pose o del manejo de los conjuntos, pues alcanza incluso a la utilización de software de composición y manipulación, como en esa estupenda The big egg

Según declara Rottemberg en la entrevista, “en la fotografía tú quieres transmitir una sensación, una historia, y tienes que hacerlo a través de una sola imagen. Esta tiene que contener todo ese cuento, toda esa emoción que tú quieres transmitir”. 

Las preguntas en torno a la esencia del gesto fotográfico aparecen también en las imágenes de Eduardo Rodríguez Sardiñas, objeto de estudio de Yenny Hernández en “Cuerpos inocentes. Fracturación de taxonomías sociales”, en la sección Noveles, así como en las confesiones de Yuri Obregón, en “Yuri Obregón: un ciudadano X sagradamente obsceno”, entrevista que le hace Racso Morejón. En ambos artistas hay una rabia conceptual que obliga a pensar en ciertos momentos del arte cubano de vanguardia que apelaron a la intervención de lo fotográfico casi en una conspiración por transformar el signo fotográfico en signo plástico y la fotografía en objeto pictórico. Y que llevaron lejos la pregunta por el cuerpo humano desnudo dentro del texto fotográfico. 

El propio Obregón declara que su inclinación por la foto performance -o quizás más exactamente foto instalación- parte de su necesidad de tener control total sobre la representación, algo que deriva de su formación como pintor. Y es curioso que se declare cronista de su época al tiempo que dice: “Cuando observamos una imagen fotográfica no dejamos de pensar que eso existió, que fue real. Esto la hace ser menos subjetiva, y a la vez más efectiva o chocante, aun sabiendo el receptor  que lo observado es ficción. Yo en particular busco esa reacción que me brinda la fotografía, si llegara a pintar cualquiera de mis imágenes, no funcionaría igual, el virtuosismo técnico se iría por encima de la idea, del concepto”.

He aquí la formulación de un problema nada menor. Me hace recordar uno de esos sublimes instantes en que Roland Barthes escribe en primera persona dentro de su ensayo Cámara lúcida, uno de los menos académicos libros de teoría de la fotografía que se haya escrito. Barthes se refiere a la visión del retrato de Jerónimo, el último hermano de Napoleón. Dice Barthes: “Veo los ojos que han visto al Emperador”. A través del sobrecogimiento que le provoca estar ante el umbral de lo desconocido, de un universo inaprensible que nos deja suspendidos del vacío, Barthes ve el punctum, esa proposición suya para tratar de definir lo que punza y hace sangrar, ese aguijonazo o pinchazo que trastorna la mirada ajena, ese azar que lastima y que emerge de nuestro encuentro con una fotografía.

Este es un tema mayúsculo del arte fotográfico. Ese sondear el misterio de lo real, aquello que está allí pero cuya esencia siempre escapa, y que exige, volviendo a las palabras de Rottenberg, sacar fotos sobre lo que no se ve.

Negra me ha provocado estas reflexiones porque son asuntos que emergen todo el tiempo en su número 13. Por ejemplo, cuando Michel Mendoza, al referirse a la fotografía de Leandro Feal en “Lugar común, lugar extraño: notas sobre la fotografía de Leandro Feal” (sección Fotomanía), dice que “estas fotografías lo son también del ‘espectro de la historia’. Ese espectro al que tendría acceso el instante milagroso de operar el obturador de la cámara para registrar algo que estuvo allí pero que no se agota en su contingencia, porque revolotea inaprensible”.

El misterio de la imagen fotográfica, digo. 

Por eso dejé para el final un texto aquí incluido y que se aproxima a la obra de Nicolás Guillén Landrián, el cineasta cubano que mejor supo registrar lo que no se ve. Lo buscó sobre todo en las miradas de los personajes anónimos de su cine, en la gente que se encontraba por azar. En “A la luz de un gigante muy negro. Apuntes sobre la fotografía en los documentales de  Nicolás Guillén Landrián” (sección Caja de luz), Laura Beatriz Álvarez Ponce hace énfasis en cómo “los planos generales fijos y el cambio de valor de plano con énfasis en los sujetos aportan al diálogo sin palabras que distingue sus creaciones (…) el plano fijo descubre sus sensibilidades”.

Hay una zona del cine de no ficción cubano que elaboró el retrato fotográfico como una manera de hacer evidente esa dimensión de lo visible que más enigmas concita: el rostro humano. O sea, una superficie legible y sensible al unísono. En muchos de los textos reunidos en esta entrega de Negra hay, como ilustración, retratos que nos miran. Esas miradas alcanzan el paroxismo en el cine de Landrián, porque la evolución de su trabajo acaba mostrando que, parafraseando a Deleuze, hay algo en esos rostros que podemos ver, pero que no podemos entender. 

He ahí la paradoja central del arte fotográfico: la posibilidad de fijar un objeto visible pero cuyo sentido no se agota en tal registro. Una buena fotografía, por ende, generaría la suspensión o la imposibilidad de consumar el consumo-espectáculo de lo real, que sería sustituido por una inquietud que repta bajo las costillas y se mete en nuestra cama cuando nos vamos a dormir.

Deseo que las revistas que vengan a esta esfera pública expandida que crece en Cuba tengan tanto o más demonio. 

- Ver más en: http://www.cubacontemporanea.com/noticias/12977-tres-anos-de-negra#sthash.cR0y6zo9.dpuf

 

 

 

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