
Siempre digo que un fotógrafo es aquel (o aquella) que, entre otras cosas, tiene la capacidad de ver lo que los demás no ven. De ver una gran fotografía allí donde los demás ven una pared con una sombra, de ver el potencial de unas líneas que se escapan hacia el horizonte, de perseguir espejos, de tirarse al suelo, de subirse a bancos o de emocionarse al encontrar un buen marco natural para sus fotos.
Esa capacidad es el 50% de lo que necesita un fotógrafo para hacer buenas fotografías, más mucha motivación, mucha práctica, una cámara y algo de técnica. Y adivina quién tiene innata esa capacidad de observación, de sorpresa, de maravillarse con el mundo. Exacto. Niños y niñas deberían ser la envidia de cualquier fotógrafo que piense en ello.

De hecho, si tuviera una lámpara mágica a la que pedirle un deseo, sin duda, pediría que me devolvieran mis ojos de niña para fascinarme con el mundo que me rodea al nivel al que sólo los niños y niñas son capaces. Pero como no la tengo, me conformo con dejarme inspirar por su forma de ver el mundo (que no es poco) y con intentar que aprendan a plasmarlo de la mejor forma posible en forma de fotografías.
Inspirados en ellos -los niños- y aprovechando el marco de las celebraciones por el 500 aniversario de la fundación de la Villa de San Cristóbal de La Habana, se propone un taller infantil de fotografía (TIF) que logre captar a través del lente, la esencia de una ciudad llena de maravillas y de historia. Éste proyecto surge para brindar a niños y niñas la posibilidad de ampliar su cultura visual y fomentar en ellos el amor por su patrimonio a través de la fotografía.